Santa Filomena
Antes de nacer, sus padres no tenían hijos, por ello no cesaban de ofrecer sacrificios y oraciones a los dioses falsos para poder tenerlos. Más tarde, gracias a un doctor que trabajaba con ellos, se convirtieron al Cristianismo y fueron felices de ser lavados en las aguas del Bautismo.
Nació el 10 de enero de 291 d.C., la llamaron "Lumena" o "Luz" porque había nacido en la luz de la Fe, a la cual ya pertenecía de todo corazón. En el bautismo le pusieron el nombre de Filomena, que significa “amiga de aquella luz”, que por la gracia de este sacramento, iluminó su alma.
Cuando tenía 5 años, recibió la Eucaristía por primera vez y desde ese día se sembró en su razón el deseo de estar unida plenamente a Jesús. Incluso, hizo sus votos de castidad y pureza, y me consagré a Él.
Cuando tenía 13 años viajo con sus padres a Roma por motivo de una injusta declaración de guerra hecha contra su familia y esperaban hacer la paz con el soberbio y poderoso Emperador romano. El emperador accedió a la súplica de paz pidiendo a cambio casarse con ella. Sus padres aceptaron la condición y después de llegar a casa trataron de convencerla, asegurando así, su futura felicidad como Emperatriz de Roma. Se rehusó a este gran honor, manifestando que era la esposa de Jesucristo, ante lo cual mi padre decía que una niña no podía seguir la voluntad propia. El emperador se enteró de esta negativa y los mandó a buscar para poder convencerla.
El Emperador, empeñado en consentirla, recurría al tormento, creyendo que de esta manera podría asustarla e inducirla a renunciar a mi voto de castidad. Por mandato fue atada a un pilar, y azotada sin misericordia. El tirano, conociendo que su resolución era firme e irrevocable, aunque su cuerpo no era más que una llaga, mandó que le llevasen a la cárcel a morir. El pensamiento de la muerte y el descanso sobre el pecho de su Esposo le consolaban, cuando aparecieron dos Ángeles radiantes de hermosura, que derramaron un ungüento celestial sobre sus llagas, y le curaron. A la mañana siguiente lo supo el Emperador, que se llenó de sorpresa. Viéndome más fuerte y más hermosa que nunca, quiso persuadirla que debía este favor a Júpiter, quien me libraba de la muerte para que su frente ciñera la corona imperial. Inspirada por el Espíritu Santo respondía a sus argumentos falsos y resistía a sus halagos. Enfurecido por no conseguir su propósito, dio órdenes para que la arrojaran al río Tíber con un ancla atado al cuello.
Por Jesús, para demostrar su poder y confundir a los dioses falsos, envió de nuevo a dos Ángeles en su socorro; cortaron la cuerda y el ancla cayó al fondo del río. Después la llevaron a la orilla sin que el agua hubiese tocado sus vestidos. Algunos que presenciaron este hecho milagroso se convirtieron; pero Diocleciano, más ciego que faraón, declaró que era una bruja, y ordenó que su cuerpo fuese atravesado por flechas. Herida de muerte otra vez, fue arrojada en la cárcel, donde en lugar de morir, el Señor le envió un sueño tranquilo, del cual desperté tan hermosa como antes. Más enfurecido por el nuevo milagro, el Emperador, mandó que el tormento fuera repetido hasta que expirase; pero las flechas no salían del arco. Diocleciano atribuyó esto a la magia y esperando que la brujería no pudiese contra el fuego, mandó que las flechas fuesen calentadas en un hornillo. Esta precaución fue en vano.
El Esposo Divino la salvó del tormento, volviendo las flechas contra los mismos soldados, de los cuales 6 cayeron muertos. Este último milagro causó otras muchas conversiones, dando la multitud manifiestas señales de rebelión contra Diocleciano y reverencia para la Fe cristiana. Temiendo consecuencias más graves, el emperador mandó que le cortaran la cabeza. Gloriosa y triunfante subió su alma a los cielos para recibir allí la corona de mi virginidad, merecida por tantas victorias.
Esto sucedió el 10 de agosto, un viernes a las 3 de la tarde.
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